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Saint Exupéry y la Aeropostale en Toulouse


Hoy os vamos a mostrar la habitación del hotel de Toulouse en donde se alojaba Antoine de Saint-Exupéry, el famoso piloto y escritor, autor de El Principito. Saint-Exupéry ocupó esta habitación mientras sirvió como piloto en la legendaria compañía toulousense Aéropostale.

Estamos hablando de la década de 1920, cuando la compañía Aerópostale estableció líneas aéreas de correo postal entre Francia y el Norte de Africa, para poco después extender sus operaciones a Sudamérica, llegando incluso hasta Tierra de Fuego. Por aquel entonces la aviación comercial estaba en pañales y todos los vuelos eran considerados de muy alto riesgo, así que estas rutas tan extensas –con vuelos de hasta 20 horas entre paradas– y que recorrían territorios semi-inhóspitos provocaban la admiración de medio mundo. Y no era para menos, ya que los pilotos de Aéropostale fueron los primeros en volar de noche, atravesar los Andes para unir Buenos Aires con Santiago de Chile, y otras muchas proezas. Para lograrlo, la compañía contaba con algunos de los mejores y más intrépidos pilotos del mundo, y entre ellos estaba Saint-Exupéry.

Muchos de estos pilotos (Jean Mermoz, Henri Guilleumet, el mismo Saint-Exupéry) tenían su base de operaciones en el hotel Le Grand Balcon de Toulouse, donde a veces se celebraban alegres fiestas y la leyenda dice que algunos de ellos se ligaban a bellas señoritas a golpe de tango. Seguramente que Le Grand Balcon nunca volverá a ser tan glamouroso como por aquel entonces, pero aún así sigue albergando y conservando esta histórica y bonita habitación donde descansaba Saint-Exupéry entre vuelo y vuelo. Y gracias a ello y a su excelente ubicación, probablemente estemos ante la mejor habitación de Toulouse, puesto que es muy soleada y tiene vistas a la gran Place du Capitole.

Habitación con vistas

La tarea de renovar las habitaciones de Le Grand Balcon fue encargada al arquitecto Jean-Philippe Nuel, quien transformó el interior del hotel en un estilo contemporáneo a base de conjuntar acero, piel y tonos de gris y blanco que le dan un aire estilizado y elegante. Sin embargo, la imaginería de Saint-Exupéry y la historia de la aviación de su época están por todas partes, con fotos en blanco y negro de aviones y pilotos, y cielos y nubes evocadores. La presencia más fuerte de Saint-Exupéry y la Aéropostale la tenemos probablemente en las paredes del bar del hotel, con grandes murales de aquellos bravos pilotos.


Sólo la entrada a Le Grand Balcon ha sido conservada fiel a sus orígenes, con su original y colorido mosaico en el suelo que recibe nuestras maletas y nos acompaña a la recepción. La habitación 32, donde se alojaba Antoine de Saint-Exupéry, se ha redecorado con fidelidad a la época en que la ocupó el piloto: el parquet de madera, el papel pintado de las paredes, el escritorio art decó… todo se ha restaurado hasta el más mínimo detalle. Y la verdad es que el resultado es magnífico, estamos ante una habitación muy acogedora, seguro que el Principito se sentiría hoy día como en casa.




La habitación que alojó a Antoine de Saint-Exupéry en su juventud como piloto de correo postal es en la actualidad algo más grande que por aquel entonces, puesto que se nota que le han sido añadidas zonas anexas para permitir más comodidades como un completo lavabo separado de la habitación, o un armario moderno con caja fuerte. Saint-Exupéry no disponía de semejantes lujos, pero sí que podía servirse de un pequeño lavabo colocado justo al lado de la cabecera de la cama, y que hoy podemos ver intacto. Por lo demás, el piloto podía disfrutar de las mismas y fantásticas vistas del corazón de Toulouse.

Antoine de Saint-Exupéry

Antoine de Saint-Exupéry fue un escritor y aviador francés, pero ha pasado a la historia por ser el autor del famoso libro infantil El Principito. Obsesionado con la aviación desde muy temprana edad, cumplió el servicio militar en las Fuerzas Aéreas francesas en 1921. Por esa misma época descubrió otra de sus grandes pasiones: la escritura. Incapaz de mantenerse lejos de los aviones en 1926 se hizo piloto comercial de la compañía Aéropostale, volando en nuevas rutas comerciales en Europa, Africa y Sudamérica.



En 1928 publicó su primera novela “Correo del Sur“, a la que posteriormente siguió “Vuelo nocturno“. Ambas trataban sobre su profesión, y fueron muy bien recibidas en la época. Intentando batir un récord en el trayecto Nueva York-Tierra del Fuego, sufrió un grave accidente y aprovechando la convalescencia en Nueva York, escribió su tercer libro “Tierra de hombres“, en el que se entrecruzan sus recuerdos del norte de Africa y de Sudamérica como aviador. En 1931, la bancarrota de la Aéropostale puso término a la era de los pioneros, pero Saint-Exupéry no dejó de volar como piloto de pruebas y efectuó varios intentos de récords, muchos de los cuales se saldaron con graves accidentes: en el desierto egipcio en 1935, y en Guatemala en 1938.

Accidente en el desierto

El 30 de diciembre de 1935 a las 14:45, después de un viaje de 19 horas y 38 minutos, Saint-Exupery junto con su navegador (Andre Prevot) tuvieron un aterrizaje forzoso en la parte de Libia del desierto del Sáhara. El equipo estaba tratando de volar desde París a Saigón en tiempo récord, por un premio de 150,000 francos. Ambos sobrevivieron al aterrizaje pero sufrieron los estragos de la rápida deshidratación en el Sáhara. No tenían idea de su ubicación. De acuerdo a sus memorias, lo único que tenían para alimentarse eran uvas, dos naranjas y una pequeña ración de vino. Ambos experimentaron alucinaciones visuales y auditivas, y para el tercer día estaban tan deshidratados que dejaron de sudar. Finalmente, al cuarto día, un beduino en camello los descubrió, salvándoles la vida. La fábula de Saint-Exupery El Principito es en parte una referencia a esta experiencia, que sin duda marcó al escritor para siempre.



Tras la invasión de Francia en la Segunda Guerra Mundial, Saint-Exupéry se exilió en Nueva York. Su casa se convirtió en punto de encuentro de los intelectuales franceses expatriados y de ilustres españoles como Dalí o Joan Miró. De este período norteamericano es “El Principito” (1943).
Posteriormente, Antoine de Saint-Exupéry trató de volver a incorporarse al ejercito, pero fue rechazado como consecuencia de su precario estado de su salud, debido a la cantidad de accidentes que había tenido y a su ya avanzada edad para volar (tenía 43 años). Sin embargo, perseveró y consiguió ser readmitido en las tropas de la Francia Libre.
El 31 de julio de 1944 el comandante Saint-Exupéry, antes de despegar desde Córcega en una misión de reconocimiento, dejó escrito en su mesa de trabajo: “Si me derriban no extrañaré nada. El hormiguero del futuro me asusta y odio su virtud robótica. Yo nací para jardinero. Me despido, Antoine de Saint-Exupéry“.



Fue como una premonición. Ese mismo día, cuando estaba realizando una misión de reconocimiento por la costa marsellense, su avión desapareció. Pasaron más de 60 años hasta que se encontraron restos del avión (e incluso una pulsera de Saint-Exupéry), pero la causa del accidente sigue sin ser nada clara. Hace pocos años un ex-piloto nazi reconoció públicamente que fue él quien lo había abatido, pero la fecha y los aviones implicados no concuerdan con los informes de las actividades aéreas de ambos ejércitos. Se trata de una doble desgracia porque, por una parte este piloto alemán conocía y admiraba la obra de Antoine de Saint-Exupéry, y por otra es posible que haya vivido 60 años engañado pensando que había sido él quien había acabado con el afamado escritor francés, sin querer. En cualquier caso, para Exupéry tanto su obra cúspide El Principito como su vida aventurera y azarosa, y el misterio que envolvió su muerte durante más de 60 años, le convirtieron en leyenda.

El Principito

Así comienza El Principito, con esta dedicatoria:
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LEÓN WERT
cuando era niño




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