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La Fiesta Gerewol / Un canto al cuerpo

La Fiesta Gerewol

Un canto al cuerpo

Los peul

Las tribus peul de Africa subsahariana, también llamadas Fula, Fula-ni, Pulaar o Pul-lo, conforman una etnia de pastores y ganaderos de orígenes tan misteriosos que sólo generan suposiciones. La creencia de que son pueblos nilóticos o etíopes, de raza blanca, esta extendida pero su lengua, el fulfulfdé, coincide en muchas raíces con el wolof, la lengua principal del Senegal en cuyas montañas del Futa Toro viven numerosos peul. Se cree que se instalaron en sus actuales territorios, desde el Chad a Mauritania, hace unos dos mil años.

Sin embargo, en estas tierras hay huellas de que sus raíces se hunden en el neolítico. En efecto, durante los años 60, el científico francés Henri Lothe, por entonces en pleno descubrimiento del mayor museo rupestre del planeta, el Tassili-n-Ajjer argelino, invitó al intelectual maliense de origen peul Ahmadú Hampaté Bâh a ver pinturas y grabados rupestres. Uno de estos representaba a unos bóvidos sin las patas, como cortadas. Al grupo de investigadores aquello les pareció tan enigmático que lo bautizaron “Los Bueyes Esquemáticos”. Un asombrado A H. Bâh, nada más verlo comprendió que se trataba de vacas en un lago o en un río y que estaba contemplando la imagen de una ceremonia ritual que cada año todos los peul celebran. Sin embargo, según las más recientes dataciones, estas obras artísticas del Tassili tienen una antigüedad de al menos 9 mil años.

Los peul comparten con otras etnias de Africa Occidental un territorio inmenso, como doce veces España. Son casi el 33% de la población de Guinea Conakry, un 29% en Malí y en Mauritania, 20% en Senegal, 12% en Níger y 10% en Nigeria. Las raíces trashumantes, el ganado y el pastoreo son elemento común a todos los peul.

Los wodaabé de Níger, entre los demás peul, se distinguen de las poblaciones vecinas no sólo por su estatura y porte altivo o por la finura de sus rasgos, sino por unas actitudes y costumbres que consciente o inconscientemente, realzan su diferencia y afirman su especificidad. No se les conoce más que una muy escasa actividad artesanal y compiten por los pozos y los pastos con los tuareg a quienes profesan una tirria atávica -a pesar de ser sus artesanos y sus herreros. Ellos van por el mundo a sabiendas de su originalidad, de su peculiaridad corporal profesando un culto exacerbado a la belleza masculina: cualquier gesto, por pequeño que sea, es parte de ese culto antiguo a la belleza corporal.

Los wodaabé, peyorativamente bororo (los que nunca se lavan, los del rebaño polvoriento en lengua hausa), son el subgrupo étnico peul que más tardó en islamizarse. Conservan aún prácticas, creencias y ceremonias de contenido mágico-fetichista.

El cebú corazón de la vida nómada El cebú de los wodaabé tiene unos enormes cuernos en forma de lira que coronan un cuerpo de piel marrón uniforme. Proporciona carne y leche (muchos pul-lo sólo ingieren leche por todo alimento) y es el crisol de sus sacrificios y ceremonias, el núcleo de los mitos y ritos fundacionales. Después del sagrado cebú, la moderna mítica peul añade un novedoso personaje, el transistor. Y no importa lo aparatoso que sea: el “loro” como el cebú, cuanto más grande mejor. Va envuelto cuidadosamente en una funda acolchada por un sastre, como un traje caro que lo protege del sol y del polvo. Lo pasean colgado amorosamente del pecho, cerca del corazón. Altita la voz. El aparato reverbera pero propaga melodías repetitivas y monótonas muy al gusto de los nómadas. El volumen se baja sólo cuando en su deambular, se cruza con la radio de un hermano peul de más rango o edad, aunque sea mas pequeña.

Tiempo de fiesta y de seducción: el “worso”

La vida de los wodaabé se mueve al ritmo de las estaciones. En enero, avanzada la estación seca, se desplazan al sur en busca de pastos húmedos y de pozos que aun tengan agua. Los meses de abril y mayo son dificilísimos. Pero junio, aunque es supercaluroso, deja ya entrever las próximas lluvias y el consiguiente “verdor”. El ganado pastará hierba verde al menos durante dos meses.

La Cura Salada es en estas zonas de inmensos pastos ocasionales, un ritual de purga del ganado cuando finalizan las lluvias. Cada año todos los nómadas, tanto tamasheq (tuareg) como wodaabé (bororo), conducen sus rebaños hacia la zona de Téguida-n-Tesum, donde hay pozos con un agua salada apropiada para mejorar la salud del ganado: sal necesaria para los camellos que harán el Azalaï desde Bilma a Agadez y aun más lejos, sal para la cabaña caprina y ovina que dará una carne menos dura y para las sacrosantas vacas, verdaderos totem de los peul, que se desparasitarán y gozarán de salud y resistencia para iniciar las trashumancias de miles de kms.

En el tiempo de la Cura Salada los jefes de las diferentes fracciones tribales wodaabé convocan en los campamentos a los parientes diseminados, reunión anual llamada “worso”. Es el momento de celebrar los nacimientos y también las bodas así como el que los jóvenes que terminan la adolescencia entran oficialmente en la edad y en la vida adultas. Se ultiman también los preparativos de la gran fiesta del guerewol.

Durante el worso los viejos imparten la justicia, arreglan las diferencias y los jóvenes bailan y cortejan a las chicas. Cuando cae el sol, los muchachos beben un filtro para gustar más a las mujeres. Los clanes se agrupan en filas por linajes. Vistiendo sus mejores galas, los jóvenes maquillan sus rostros de ocre o rojo, se alisan el pelo y lo peinan en torno a una especie de diadema de algodón coronada de elegantes plumas de avestruz. Y en una gran concurso de canto, de baile y de elegancia, hasta bien entrada la noche, durante varios días seguidos, danzan el “ruumi”,el “yakee” hasta culminar en la danza del “guerewol”.

El rummi es la danza de bienvenida. Se baila en círculos y los jóvenes, hombro con hombro, cogidos de la mano cantan en torno a los ancianos que baten palmas.

El yakee empieza con unas largos cánticos sostenidos a modo de llamadas para reunir a los amigos dispersos. Forman en fila india compañeros del mismo linaje y segmento de edad que para esta danza lucen grandes sombreros de paja y cuero decorados por alguna pluma negra de avestruz, falda del pellejo de un cebú y una camisola confeccionada por las chicas durante la estación calurosa . Comienzan bailando con parsimonia, al principio con un lento balanceo, pivotando todos sobre un pié y luego sobre el otro, se contornean y acompañan con vigorosas palmas un canto entonado o dirigido por el maestro de ceremonias, un adulto vestido con túnica negra. Las voces, cuyo punteo es únicamente el de las palmas, se superponen, se entretejen creando una atrapadora polifonía de ritmo lento, repetitiva, obsesiva, in crescendo... ummalee, lele-lele, mosi, dorori.... Bailan y mientras lo hacen enseñan unas blanquísimas dentaduras realzadas por labios maquillados con khol..

En el guerewol propiamente dicho se cambia la decoración de los danzarines. Ahora van con el torso desnudo, falda blanca más elegante y coronados por una alta pluma blanca también de avestruz. La danza posee un carácter guerrero. Como si pisotearan el suelo, los bailarines portan sus armas balanceándolas hacia delante. Giran sobre sí mismos antes de entrar en la fila y en ese momento los demás golpean enérgicamente el suelo con los pies.

Están todos los varones juntos sin distinciones, compactos, iniciando un ritmo lento que con las horas llega a cierto frenesí. Algunos salen de la fila dando un paso hacia delante. Muestran a las muchachas, la verdadera audiencia, los blanquísimos dientes exagerados por el khol de sus labios, mantienen una amplia y estática sonrisa, casi crispada, los ojos muy abiertos moviendo el globo ocular en círculo... mímicas que pretenden añadir belleza a la belleza...durante horas y horas. Cuando la ceremonia va a concluir, -y esto no es fácil de contemplar por cualquiera- las muchachas más bellas ingresan tímidamente en las filas de bailarines introducidas por el jefe de ceremonias o por las ancianas. Van avanzando lentamente con las manos juntas, hasta que con el gesto silencioso de una mano lánguida tocan al elegido de su corazón, que lo será o para lo que queda de noche o para toda la vida.

Las demás etnias, muy musulmanas, que conviven con los wodaabé insisten en que estos “bororo” practican una horrible costumbre, cuyo origen está en la propia esencia pecaminosa del guerewol: cuando un hombre se encapricha de la mujer de otro, tiene derecho a raptarla y llevársela. Pero a condición de no ser sorprendido in flagranti. En este caso, si es visto, el hombre burlado tiene a su vez el derecho de dar muerte al pretendiente de su hembra.... Nosotros creemos que como con el nombre “bororo”, (los que nunca se lavan), esto es una difamación puritana y mezquina que proviene del poco aprecio que genera la incompleta islamizacion de los wodaabé.

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